15 MINUTOS CON MARIA
AUXILIADORA
Hoy celebramos la fiesta de Maria
Auxiliadora y les comprarto esta
hermosa oración
¡María! ¡María! ¡Dulcísima María,
Madre querida y poderosa
Auxiliadora
mía! Aquí me tienes; tu voz maternal
ha dado nuevos bríos a mi alma y
anhelosa vengo a tu soberana presencia...
Estréchame cariñosa entre
tus brazos... deja que yo recline mi cansada frente
sobre tu pecho y
que deposite en él mis tristes gemidos y amargas cuitas, en
íntima
confidencia contigo, lejos del ruido y bullicio del mundo, de
ese
mundo que sólo deja desengaños y pesares.
Mírame compasiva... estoy
triste, Madre, bien lo sabes, nada me alegra
ni me distrae, me hallo
enteramente turbada y llena de temor...
Abrumada bajo el peso de la
aflicción, sobrecogida de espanto, busco
un hueco para ocultarme, como la
tímida paloma perseguida por el
cazador... y ese hueco, ese asilo bendito,
ese lugar de refugio es,
¡oh Madre Augusta! tu corazón.
A ti me acerco
llena de confianza... no me deseches ni me niegues tus
piedades. Bien
comprendo que no las merezco por mis muchas
infidelidades; dignas de tus
bondades son las almas santas einocentes
que saben imitarte y a las
cuales yo tanto envidio sinceramente, mas
Tú eres la esperanza y el consuelo,
por eso vengo sin temor.
¡Madre mía! Permite que yo no toque, sino que abra
de par en par la
puerta de tu corazón tan bueno y entre de lleno en él pues
vengo
cansada y sé que Tú no sabes negarte al que afligido viene a postrarse
a tus pies.
¡Virgen Madre! Tu trono se levanta precisamente donde hay
dolores que
calmar, miserias que remediar, lágrimas que enjugar y tristezas
que
consolar... por eso, levantándome del profundo caos de mis miserias
en
que me encuentro sumergida imitando al Pródigo del Evangelio,
digo
también: "Me levantaré e iré a mi dulce Madre y le diré: ¡Madre
buena,,
aquí está tu hija que te busca! perdona si en algo te he sido
infiel,
soy tu pobre hija que llora, aquí me tienes aunque indigna a
tus
favores... te pertenezco y no me separaré de Ti, hasta no llevar en
mi
pecho el suave bálsamo del consuelo y del perdón.
¿Me abandonarás
dulce María? ¿No herirán tus oídos mis clamores? ¡Oh,
no! tu apacible rostro
ensancha mi confianza, tus castos ojos me mira
compasivamente disipando
las densas nubes de mi espíritu y de mi
abatimiento y zozobra desaparecen con
tu materna sonrisa.
Si majestuosa empuñas tu cetro en señal de poder, como
eres mi Madre,
es tan sólo para manifestarme que eres la dispensadora de las
gracias
y mercedes del cielo para derramarlas con abundancia sobre esta
tu
pobre hija que sólo desea amarte y agradecerte.
¡Oh sí! Tú eres el
Océano, Madre, y yo el imperceptible grano de arena
arrojado en él... Tú
eres el rocío y yo la pobre flor mustia y
marchita que necesita de Ti para
volver a la vida. Que nada me
distraiga, que nadie me busque... Yo estoy
perdida en el mar inmenso
de tu bondad, estoy escondida en el seno misterioso
de mi bendita Madre.
Reina mía, confiando en tu Auxilio bondadoso y
tierno quiero hablarte
con la confianza del niño... quiero acariciarte,
quiero llorar
contigo... traer a mi memoria dulces recuerdos... derramar mi
alma en
tu presencia para pedirte gracias, arráncame, en una palabra
el
corazón para regalártelo en prenda de mi amor.
Escucha pues, tierna
María, mi dulce Auxiliadora, una a una todas mis
palabras y deja que cual
bordo de fuego penetre en tu corazón, porque
quiero conmoverte... quiero
rendirlo y quiero en fin que tu Jesús, que
tan amable abre sus bracitos
sonriendo con dulzura, repita en mi favor
nuevamente aquella consoladora
palabra que alienta al desvalido y hace
temblar al demonio: "He aquí a tu
Madre, he aquí a tu hija".
Sí, aquí estoy... aquí está tu pobre hija a quien
has amado y amas aún
con predilección y que te pertenece por todos
títulos... la que
descansó en tus brazos antes de reposar en el regazo
maternal... la
que probó tus caricias mucho antes que los maternos
besos...¿lorecuerdas?
Yo dormí en tu seno el dulce sueño de la inocencia,
viví tranquila
bajo tu manto sin conocer ni sospechas siquiera los escollos
de la
vida, amándote con ardor y gozando de tus caricias con las
que
preparaste mi alma y corazón para los rudos ataques de mis enemigos
y
sinsabores de la vida.
Tu mano salvadora no sólo me apartó del abismo en
que tantas almas
han perecido sino que me regaló con gracias particularísimas
y
especiales dones, que reserves tan sólo para tus amados.
Todo... todo lo
confieso para mayor gloria tuya y quisiera tener mil
lenguas para cantar tus
alabanzas digna y elocuentemente en fervorosos
y tiernos himnos de santa
gratitud.
¡Ah cuando me hallo cercada de tinieblas y sombras de
muerte,
sobrecogida de angustioso quebranto... cuando mi corazón tiembla
ante
la presencia del dolor, este pensamiento dulcísimo de tus
tiernas
muestras de predilección viene a ser el rayo luminoso que hace
surgir
mi frente dándome alas para remontarme hasta lo infinito...
¡Oh
recuerdo consolador! ¡Bendito seas! Eres la escala por la cual
subo
hasta el trono de la clemencia y del amor santo y verdadero.
Mas
¡ay!... pronto pasaron de aquella alma los días de encanto... con
la
velocidad del relámpago se disiparon mis goces infantiles y llegó
para mí la
hora del desamparo... Madre, no puedo soportar su peso...
siento quebrantar
al mismo tiempo todas mis fuerzas interiores y
necesito que tu mano me
sostenga para no sucumbir en la lucha...
Ansiosa te busco como el pobre
náufrago busca su tabla salvadora...
Levanto a Ti mis ojos y mi pesada frente
como el marino en busca de la
estrella que debe señalarle el puerto. Me
siento como abandonada,
semejante a una nave sin piloto a merced del oleaje
tempestuoso e
incesante... ¡Tengo miedo! mucho miedo de perecer, entre las
turbias
ondas del agitado mar del pecado... Tengo miedo de la justicia
divina
a quien soy deudora de tantas y tan especialísimas gracias...
pero
sobre todo tengo miedo... ¡Oh no quisiera ni decirlo... tengo miedo
de
serte ingrata, abandonándote algún día y olvidando tus
ternuras,
pagarlas con ingratitud!
¡Jamás lo permitas, Reina mía! Haz que
viva siempre unida a Ti, como
la débil yedra vive asida fuertemente a la
robusta encina
defendiéndose del furioso huracán... ¿Qué sería de ésta tu
hija? ¡Oh
Madre! ¿sin Ti?
Mil enemigos me acechan redoblando a cada paso
sus infernales
astucias... acosada me siento por todas partes y si Tú no me
amparas,
¿quién se dolerá de mí?
No me alejes, por piedad, sálvame...
muestra que eres mi Madre
Auxiliadora; olvida por piedad las veces que te he
contristado, reduce
a polvo mis pecados, lávame con tus lágrimas y
límpiame más y más.
Tus brazos son el trono de la misericordia, en ellos
descansa tu
Jesús... sujétame entre ellos para que no haga uso de la
justicia
contra mí... dile que acepto el dolor que redime si Tú me lo
envías,
que venga, si es preciso, el sufrimiento aun cuando mi pobre
carne
tiemble ante él, con tal que mi alma se torne blanca como la
nieve.
Sí, dile a tu amado hijo que yo quiero desagraviar para alcanzar
su
clemencia, dile que eche un velo sobre mis faltas y miserias y
que
olvide para siempre lo mala que he sido... ¡María! de mi vida no
resta
más que la última etapa... mis ensangrentadas huellas van marcando
mis
pasos en la senda escabrosa de la vida que está por cortarse...
mi
cansado corazón late aún, sí, porque Tú les das vida y aliento,
pero
derrama las últimas lágrimas que manan de él cual candente
lava.
Terminará mi existencia y ¿qué será de mí, si mi Auxiliadora no
viene
en ese momento terrible? ¿A quién volveré mis ojos si te alejas en
ese
instante? La gracia que te he pedido y tanto deseo para mi agonía,
es
grandísima y no la merezco, pero la espero con plena confianza y
tu
sonrisa me alentará. Estoy segura de que aun cuando el demonio ruja
a
mi derredor, preparando su último asalto, tu mano maternal me
acariciará
y con sin par solicitud me prodigará los últimos consuelos
en mi despedida de
este triste valle de lágrimas.
Esto lo sé cierto, lo siento en mí y no
fallará mi esperanza... ni un
momento lo dudo.
Los ángeles santos, al ver
las ternuras de que seré objeto en el
terrible trance exclamarán también
enternecidos: "Mirad cómo la ama
nuestra Reina".
Esta es la gracia de las
gracias, mi último anhelo, mi petición suprema.
Haz ¡oh Madre mía! que tu
dulcísimo nombre, que fue la primera palabra
que supieron balbucir mis
infantiles labios entre las caricias de mi
buena madre, sea también la última
expresión que suavice y endulce mi
sedienta boca al entregar mi alma.
¡Madre!... que mi tránsito sea el
postrer tributo de mi amor hacia Ti... que
sea la última nota de mis
cantos que tantas veces se elevaron en tu loor y el
ósculo moribundo
que te envíe sea el preludio de mi eterna e íntima unión con
la
Majestad divina y contigo, ¡oh mi dulce, mi santa y tierna
Madre
Auxiliadora...!
Amén
".....Audio....."
Himno a Maria Auxiliadora Nico Montero.